Cama, colchonetas, saqueo, expectativa, miedo, adrenalina, todo estaba listo para que el duelo diera inicio.
El primero sería Fernando, un pata que me caía recontra chévere. No se metía con nadie pero no era ningún cojudo; una vez el gordo Reátegui lo quiso agarrar de punto... lo que ahora se conoce como bulling, propinándole sin motivo aparente un potente y sonoro lapo en la nuca; lejos de achicarse, en una increíble muestra de agilidad, Fernando saltó haciendo una media vuelta hasta que sus brazos estuvieron a la altura del inmenso Reátegui quien recibió uno, dos, tres y cuatro puñetazos en sus redondos cachetes mientras todos nos preguntábamos cómo podía mantenerse tanto tiempo en el aire. Un par de años después nos haríamos mucho más amigos ya que viviríamos sólo a unas tres cuadras de distancia... pero eso será para otro post.
Su primer salto había conseguido que todos enmudecieran; aunque para él era sencillo, para el resto de nosotros, un salto mortal era simplemente imposible.
Para todos menos para Tito. Carlos Tito Negrete quien también me caía muy bien, era un poco flojo para todos los cursos excepto para educación física. Su mamá, la tía Norma era buena amiga de la mía ya que trabajaban juntas. Y a veces, en época de vacaciones, me iba a pasar el día con él y Jorge, su hermano mayor, quien ,entre partido de fulbito y ronda de nintendo, se las arreglaba para escabullirse a la cocina y acosar a la Juanita, la empleada de la casa. Pero eso será tema de otro post.
Yo no tenía favorito pero me alegré cuando Tito ejecutó su primer mortal sin dificultad. Queríamos más y habría más.¡Chato, una ronda más de helados para todos! ¡Yo invito! Gritó Tito agigantando el momento de júbilo y carcajadas.
Fernando subió a la cama elástica dispuesto a ejecutar el doble mortal. La proeza fue digna de aplausos y de varios "a la mierda!" , era como ver la televisión. "¡Un rato!" grité para que me esperaran. Mientras yo revisaba que nadie se acercara, Tito se incorporó de su asombro y subió rápido a la cama elástica a esperar mi señal. "Ya! arranca!" me escuchó y después de varios impulsos, algunos "ya pe huevón" y un "cállense carajo!" su cuerpo dio dos vueltas en el aire para descender peligrosamente hasta el borde de la cama, estuvo a punto de perder el equilibrio y salir disparado hacia adelante como una pelota siguiendo su curso, pero echando todo su cuerpo atrás logró quedar de pie en el último momento. No tuvo la gracia de su rival pero el salto se completó y todos lo aceptaron. "¡Ya! ¡Empataron! ¡Nos vamos!" sentenció Roberto. Todos nos miramos en silencio y estuvimos casi de acuerdo; pero antes de que alguien diera el primer paso, Fernando se trepó nuevamente a la cama elástica y empezó a tomar impulso. No quería parar. Él había ido a demostrar que era el mejor y lo haría con algo que nadie había intentado antes, haciendo un triple mortal.
Cerró los ojos para concentrarse mientras su cuerpo ganaba altura. Una y otra vez ejecutó la maniobra mentalmente. Los sonidos, los gritos, las arengas, todo había desaparecido para él."Supera esto!" se logró escuchar un instante antes de que volara por los aires. Nadie nunca logró verlo. Un instante después, cuando abrió los ojos no hubo aplausos ni celebraciones. Al frente suyo la silueta del profesor Pérez Vargas, jefe de disciplina, que se dejaba ver a contraluz por la puerta principal apagó de golpe su grito de victoria. Segundos antes todos excepto él habíamos escuchado el tronar de la cerradura; algunos habíamos podido escondernos tras las colchonetas que Roberto puso en forma vertical contra la pared, otros intentaron escapar por la puerta lateral pero estaba demasiado lejos y torpemente intentaron meterse detrás de las colchonetas que ya estaban ocupadas dejando en evidencia a los demás. Pérez Vargas sólo tuvo que recitar de memoria los apellidos que habría logrado reconocer en nuestra torpe huida: "¡Negrete!, ¡Ribeiros!, ¡Peralta (Roberto)!, ¡Quimper (Daniel)!, ¡Párraga (Steffano)!¡Mora (Gino)!.¡En fila!¡A mi oficina!" sentenció, dio media vuelta y desapareció en la luz que invadía el gimnasio por la puerta principal.
Sólo JC y yo evitamos la lista y como las reglas del grupo eran simples - el que cae, cae solo -; sabíamos que estábamos a salvo. Mientras el resto se encaminó hacia las oficinas de Perez Vargas, nosotros nos dedicamos a dejar todo el lugar tal cual lo encontramos; todo excepto la vieja tranca de madera de la puerta lateral, evidencia de nuestro delito.
Aun ahora pienso en lo último que recuerdo de ese día: ver a la hora de la salida a Fernando, Tito y al resto en la cancha de fútbol, haciendo más saltos - pero de rana - mientras que sus voces se iban apagando poco a poco junto al sol de la tarde: "cuarenta!", "cuarenta y uno!", " cuarenta y ...".
- Oe chato, ¿Un heladito?
- Ja! ja! ja!
Cerró los ojos para concentrarse mientras su cuerpo ganaba altura. Una y otra vez ejecutó la maniobra mentalmente. Los sonidos, los gritos, las arengas, todo había desaparecido para él."Supera esto!" se logró escuchar un instante antes de que volara por los aires. Nadie nunca logró verlo. Un instante después, cuando abrió los ojos no hubo aplausos ni celebraciones. Al frente suyo la silueta del profesor Pérez Vargas, jefe de disciplina, que se dejaba ver a contraluz por la puerta principal apagó de golpe su grito de victoria. Segundos antes todos excepto él habíamos escuchado el tronar de la cerradura; algunos habíamos podido escondernos tras las colchonetas que Roberto puso en forma vertical contra la pared, otros intentaron escapar por la puerta lateral pero estaba demasiado lejos y torpemente intentaron meterse detrás de las colchonetas que ya estaban ocupadas dejando en evidencia a los demás. Pérez Vargas sólo tuvo que recitar de memoria los apellidos que habría logrado reconocer en nuestra torpe huida: "¡Negrete!, ¡Ribeiros!, ¡Peralta (Roberto)!, ¡Quimper (Daniel)!, ¡Párraga (Steffano)!¡Mora (Gino)!.¡En fila!¡A mi oficina!" sentenció, dio media vuelta y desapareció en la luz que invadía el gimnasio por la puerta principal.
Sólo JC y yo evitamos la lista y como las reglas del grupo eran simples - el que cae, cae solo -; sabíamos que estábamos a salvo. Mientras el resto se encaminó hacia las oficinas de Perez Vargas, nosotros nos dedicamos a dejar todo el lugar tal cual lo encontramos; todo excepto la vieja tranca de madera de la puerta lateral, evidencia de nuestro delito.
Aun ahora pienso en lo último que recuerdo de ese día: ver a la hora de la salida a Fernando, Tito y al resto en la cancha de fútbol, haciendo más saltos - pero de rana - mientras que sus voces se iban apagando poco a poco junto al sol de la tarde: "cuarenta!", "cuarenta y uno!", " cuarenta y ...".
- Oe chato, ¿Un heladito?
- Ja! ja! ja!