Después de tentar su resistencia con leves forcejeos, apoyé todo el peso de mi cuerpo sobre la puerta hasta que la carcomida tranca de madera del lado opuesto y el silencio del gimnasio estallaron juntos en un crujido moderado. Las miradas eran de miedo, sorpresa y alegría contenida. Ésta era la última barrera que nos separaba de nuestra meta.
La empresa, tan peligrosa como original, había empezado a conspirarse días atrás en un airado desafío que Riveiros lanzó contra Negrete: yo sí puedo hacer un doble mortal -"uuuuuuuuuu..." todo el salón-. Un poco de saliba en las palmas y un apretón de manos sellaron el duelo entre los dos mejores acróbatas del segundo D de secundaria, y porqué no, de todo el colegio.
Con tu tío, el chato Juan Carlos (JC), trazamos y cronometramos la ruta - mentalmente, por supuesto, no podíamos permitir evidencia alguna - : la hora propicia para iniciar el comboy era justo al mediar el recreo donde la multitud era tal que cualquier actividad fuera de lo común no podría ser seguida por los ojos siempre atentos del coordinador de disciplina, Pérez-Vargas, o del profe Berenguel, su perro fiel. Así, decidimos que sería un martes en el recreo antes de la clase de historia con el profesor Huamán, un tipo buena gente y un tanto cojudo, y que según nosotros sería el que menos lío haría si acaso notaba la ausencia de algunos alumnos en su clase.
Tito (Negrete), Fernando (Riveiros), Fernando Rivas-Plata, Roberto, Gino, Sandro, Daniel, Steffano, JC y yo - siempre que había problemas era por alguno de los mencionados - desfilábamos decididos por la curiosidad del duelo, el poco afecto a la clase de historia y las ganas de saber si lograríamos llevar a los contrincantes hasta el inexpugnable y prohibido lugar donde nos esperaba la deseada cama elástica.
Lo primero era bordear el coliseo y llegar a la puerta lateral del fondo, donde tenían acceso sólo los encargados de limpieza y alguno que otro portero. Para llegar a esta entrada teníamos que avanzar por la cancha de fÚtbol que daba al pabellón de Inicial y colarnos por el espacio que dos rejas chuecas nos dejaban (confiezo que hoy nos sería imposible a todos pasar por ahí). A medida que cruzábamos las rejas uno a uno nos íbamos colocando detrás del kiosko abandonado al lado del coliseo. Primero Fernando Rivas-Plata que era el cabezón del grupo, si pasaba esa mitraza pasábamos todos, sólo faltaba Sandro quien, a mitad de la maniobra, fue capturado del cogote por Berenguel; sin decir nada se dejó llevar con la esperanza de que el contingente restante logre completar la travesía, mientras el resto de nosotros, gárgolas de un kiosko, escuchábamos alejarse la voz del profesor. No había tiempo para lamentos... A mi señal, me siguió JC hasta llegar a la puerta lateral del coliseo, giré la manija y nos escabullimos a los vestidores que conectaban los pasadizos laterales internos del coliseo. No tuvimos que dar ninguna señal, en un instante teníamos a todos reunidos en la parte posterior del coliseo.
-¡¡Puta mare!!¿y ahora?- dijo Steffano, con justa razón pues no contábamos con que la puerta de ese corredor estuviera cerrada del otro lado. Pero el chato era el arma secreta del grupo, su diminuto cuerpo pudo ser alzado por Steffano y Gino hasta que se logró sujetar de la parte superior del dintel y colarse por debajo de la calamina; esperábamos reirnos de su caida, pero sólo escuchamos el ruido que dos diminutos zapatos hacían con el suelo y sin esperar más la puerta se abrió para dejarnos ver a un sonriente Juan Carlos que fue ovacionado a nuestro estilo: un corto, silencioso pero eficiente apanado, convirtiéndose en el héroe de la jornada. Avanzamos hasta la puerta del gimnasio, cerrada con una vieja tranca de madera. Lo demás vendría por cuenta mía.
Una vez adentro preparamos el escenario del duelo colocando colchonetas a los lados, al frente y atrás de la cama; a Roberto se le ocurrió colocar adicionalmente colchonetas de forma vertical apoyándolas en la pared como una precaución extra (si a alguno de los acróbatas se le rompía el cuello era más que seguro que nos expulsarían a todos).
Todo iba quedando listo para el duelo, mientras JC y yo fuimos directo a nuestro verdadero objetivo: el anterior fin de semana, durante las olimpiadas escolares, el chato se percató que la congeladora estaba conectada a un tomacorriente del gimnasio, no era descabellado suponer que ahí mismo la guardarían para los demás días, pues era normal que en esa época del año se vendieran helados en días corrientes a los deportistas de empresas que alquilaban el colegio para sus campeonatos, con un poco de suerte... "mira huevón! está repleto!" le dije al chato, mientras éste ya se apuraba en repartir el botín entre los espectadores. El saqueo no sería total...
(continuará...)
la ruta del duelo cortesía de Google Earth